
Hay personas que cuando se desvelan no saben muy bien qué hacer. A unas les da por encender la televisión y comer algo dulce y luego algo salado y luego otra vez algo dulce. Otras salen a la noche a beber whisky y fumar pitillos y jugarse a una carta su precaria realidad. Las hay que tienen la fortuna de dormir acompañadas y entonces tratan de despertar la atención o el deseo de su acompañante. Hay personas, más o menos desdichadas, que duermen solas y cuando se desvelan no tienen ganas de beber ni de fumar ni de comer siquiera, pero sí de leer, de leer y de perderse en un mar de páginas por no romper a llorar. Y todavía hay personas que cuando se desvelan no hacen nada, simplemente se quedan tumbadas en la cama, pensando en todas las cosas que han hecho en su vida y en todas las cosas que podrían haber hecho en su vida y en todas las cosas que nunca harán en su vida, y en algún momento de la noche, o del día, descubren que estaban dormidas y se despiertan y se desvelan. Y vuelta a empezar.
Me acabo de desvelar. No sé qué puedo hacer. ¿Ver la tele, fumar, pensar? No tengo ganas de hacer nada. Ni siquiera tengo ganas de ponerme a leer. La carne es débil y he leído todos los libros. Eso lo escribió Mallarmé y decenas de escritores se han hartado de citarlo para sí mismos. Yo no. Pero Carlos Fuentes (mexicano nacido en Panamá, una contradicción sólo aparente) bien podría suscribirlo tras haber escrito el ensayo que tengo en las manos, La gran novela latinoamericana, y que incorpora todos los libros y todos los autores que hay que leer para entender la literatura creada por los habitantes del Nuevo Mundo. (Todos, menos uno.)
¿Cuál es nuestro lugar en el mundo? ¿A quién debemos lealtad? ¿A nuestros padres españoles? ¿A nuestras madres aztecas, mayas, quechuas, araucanas? ¿A quién debemos hablarle ahora: a los antiguos dioses o a los nuevos?
El análisis que hace Fuentes de la narrativa latinoamericana desde los tiempos del descubrimiento y la conquista hasta la actualidad es pormenorizado, lúcido y alumbrador. Lo son sus comentarios sobre Borges, su admiración por Rulfo, su deuda con Carpentier. Lo son sus lecturas de Onetti, de Cortázar y de Bioy Casares. Lo son sus referencias a los autores del boom, García Márquez, Vargas Llosa, del bumerang, José Donoso, del post-boom, Ricardo Piglia, Tomás Eloy Martínez, y del crack, Jorge Volpi e Ignacio Padilla, entre otros. El ensayo de Fuentes tiene ambiciones enciclopédicas y, aunque su autor lo niegue, carácter totalizante. Es, por tanto, una obra fundamental, un libro de consulta para entender la literatura iberoamericana e incentivar su lectura.
El signo de la novela latinoamericana es la variedad. Las categorías del debate anterior (realismo socialista o realismo mágico, novela sociológica o novela política, artepurismo o compromiso) han sido superadas por dos cosas que definen en verdad a la literatura: La imaginación y el lenguaje.
Entre esas dos coordenadas se organiza nuestra comprensión del mundo. Entre la realidad y la historia, entre la memoria y la ficción. Posiblemente, ningún otro lugar de la tierra haya generado en tan poco tiempo tantas versiones de sí misma como América Latina. La obra de Fuentes, un monumental fresco sobre la historia de México donde cada nuevo libro tiene un lugar designado, es un claro ejemplo de ello. La región más transparente (1958), Cambio de piel (1967) o Terra Nostra (1975), todas ellas forman parte, junto a títulos más recientes como Carolina Grau (2011), del mosaico milenario que supone La edad del tiempo, una de las aventuras narrativas más ambiciosas y colosales de la historia de la literatura de todos los tiempos.
Cada época va nombrando al mundo y al hacerlo se nombra a sí misma y a sus obras. (…) Pero sea cual sea éste, cambien como cambien espacios y tiempos, habrá insatisfacción, habrá diversidad y habrá palabra. Se escribirán novelas y ninguna novedad técnica o divertida cambiará esta necesidad y este goce vitales, anteriores a todo marco ideológico y tecnocrático. De allí la fuerza, de allí la molestia, de allí el goce que se llama “novela”.La novela como artefacto perfecto. La novela como mapa de un territorio inabarcable. La novela como mecanismo para entender la realidad. La novela como clave para aprender lo que no cuenta la historia, para investigar el pasado, alumbrar el presente y predecir el futuro. La novela como asidero, como salvavidas, como oración y como penitencia. La novela como depositaria de todas nuestras esperanzas. La novela como reflejo de todos nuestros miedos. La novela como compañera ideal para escudriñar la penumbra mientras esperamos la llegada del amanecer. ¿Y entonces?
Busquemos entonces, en la novela, la realidad de lo que la historia olvidó. Y porque la historia ha sido lo que es, la literatura nos ofrece lo que la historia no siempre ha sido.
Otra contradicción aparente. La realidad y la historia, ¿son la misma cosa? La literatura y la memoria, ¿qué son? La ficción. La fantasía. La noche, el día, la vigilia. ¿Por qué, a pesar de haber comido dulce y salado, a pesar de haber bebido y fumado, a pesar de haber leído a Fuentes, a pesar de haber repasado detalladamente los éxitos (escasos éxitos) y los fracasos (abundantes fracasos) de mi vida, por qué sigo sin poder conciliar el sueño? Basta de escribir. Basta de leer. Es hora de volver a la realidad. Sólo una cosa más.
El lector tiene en sus manos un libro personal. Ésta no es una “historia” de la narrativa iberoamericana. Faltan algunos nombres, algunas obras. Algunos dirán que, en cambio, sobran otros nombres, otras obras.
Yo digo que falta uno: Roberto Bolaño. Pero Carlos Fuentes tiene una excusa: al fin y al cabo, se trata de una selección personal. Sin embargo, no deja de sorprender que el mexicano haya incluido a la chilena Isabel Allende y no al autor de Los detectives salvajes y 2666, que es, probablemente, el escritor más personal, influyente y totalizante de cuantos latinoamericanos se han dedicado al oficio (ah, tormentoso oficio) de escribir.
La semana pasada pude hablar con Carlos Fuentes. Le hice una breve entrevista para la revista Tiempo (un semanal imperecedero, por otra parte). Entonces no pude evitar preguntarle por la ausencia de Bolaño. “Bolaño no está -me dijo- simplemente porque no lo he leído”. Me quedé mudo. ¿Es eso posible? Antes de despedirnos, Fuentes me prometió que la próxima noche de insomnio que le regalará el jet-lag cogería un libro de Bolaño y lo empezaría a leer. Magnífico, pensé. Hasta los grandes maestros de la literatura tienen algo que hacer cuando se desvelan.

Haced la prueba y leed un libro cualquiera de Walser, Los hermanos Tanner, Jakob Von Gunten, El paseo, La rosa o este fragmentario y complaciente Historias, todos ellos publicados magníficamente por Siruela, y entonces lo comprenderéis. No digo que en esos libros no vayáis a encontrar asperezas emocionales, dificultades vitales, dramas cotidianos y castigos inmisericordes. En todos ellos los hay porque la vida es una experiencia dolorosa y solitaria y trágica. Walser lo sabía. ¿Por qué si no decidió voluntariamente apartarse de ella? La vida es un verdadero drama y seguir vivo requiere valentía, mucha energía y una férrea disposición de ánimo. Pero la vida… ¡ah, esa cosa! La vida es lo único que tenemos y lo único que nos queda y todos sabemos que la vida puede ser maravillosa. Y Walser, a pesar de todo, también lo sabía.
sus casos tan sólo consigue que levantemos una ceja y esbocemos una sonrisa cómplice, que bien mirado es más de lo que consiguen muchos libros. Sigamos. Luego vinieron Raymond Chandler, de quien no tengo más quejas que las de haber inventariado la idiosincrasia del detective moderno, con todos sus pros y sus contras; y acto seguido, Dashiel Hammet, un hombre contagiado de su espíritu y de su buen hacer, dispuesto a quebrantar las leyes de lo ridículo en unas tramas sencillas y a la vez rocambolescas, pero también del todo previsibles.
La relación entre el sexo y la literatura es fundamental y, sin embargo, en ninguna universidad van a decir nunca la gran verdad: escribo porque no follo. (O lo que viene a ser lo mismo: escribo para conseguir follar.)
Dos más dos, cinco, pensaba, pero nadie lo sabe. Y tenía razón. (…) Era una historia verdaderamente extraña, con aristas variadas y versiones múltiples. Igual que todas…
La realidad en Colombia, en Latinoamérica, y acaso en cualquier parte del mundo, está dividida en dos planos: lo que sucede y lo que se dice que sucede. Por eso es tan interesante este libro. Por eso es tan interesante el polémico libro que escribió Mendoza con Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, Manual del perfecto idiota latinoamericano. Porque vivimos simultáneamente y sin solución de continuidad una sucesión de realidades confusas, contradictorias y muchas veces incomprensibles. Porque la imaginación es un arma de doble filo cuando se trata de saber la verdad. Porque la mayoría de las veces hubiéramos preferido no saber cómo han sucedido realmente las cosas. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar y qué es lo que haremos cuando estemos allí? 
Porque, si se piensa bien, yo siempre he escrito ocultándome, dando falsas pistas y al mismo tiempo ofreciendo al lector aspectos insólitos de mis diferentes personalidades, todas verdaderas. Nada me molestaría más que saber quién soy, aunque la tensión de mi escritura procede de ahí, pues viene siempre de la empecinada, casi obsesiva, búsqueda de mi identidad más única, también la más próxima a la ficción, aunque al mismo tiempo, paradójicamente, la más cercana a la verdad. 
Sí, es cierto, vemos la muerte más cerca, y el dolor de tanta experiencia acumulada nos pesa para seguir caminando, el cuerpo de deshace en achaques, nos acecha a todas horas el espectro de la soledad, y oímos la llamada constante de un pasado que puede suplantar al presente. Sí, todo esto lo sufrimos, y seguramente mucho más. Pero mientras nuestro cerebro funcione, mientras el pensamiento fluya y la imaginación y la fantasía nos alimenten, mientras la curiosidad siga creciendo, mientras multipliquemos la energía y el coraje, siempre habrá infinitos matices de luces y sombras en el juego de tejados que vemos desde la ventana, el mundo seguirá lleno de secretos que descubrir, nuestra alma esconderá aspiraciones que desvelar, y nuestro corazón no se negará a latir por una pasión, un compromiso, una lucha, un amor con el que, contra todo pronóstico, nos tropezaremos en el camino. 
Tal vez hayamos exagerado un poco. Leer a Houellebecq es una experiencia múltiple, a veces agradable y muy divertida, otras, por supuesto, funesta. Pero siempre inteligente. Houellebecq es un pensador lúcido, un intelectual concienzudo y postmoderno, un hombre consecuente que piensa lo que piensa, lo somete a juicio, lo analiza y lo compara con las opiniones de otros pensadores (sobre todo con Nietzsche y Schopenhauer) y, finalmente, emite un veredicto de raigambre psicológica, sociológica e histórica. 

Podría decirse sin miedo a equivocarse que el original y la traducción son dos libros distintos, heterogéneos, y también, irremisiblemente, son dos libros idénticos, gemelos, clones. Aún así, lo más recomendable es proceder a la manera de Freud quien, para leer El Quijote en su versión original, decidió aprender y aprendió castellano. Ergo: aprendamos francés.
Mentir es necesario. El Estado tiene que mentir. No hay mentira en la guerra ni en la preparación de la guerra que no pueda defenderse. Nosotros fuimos más allá. Tratamos de crear nuevas realidades de la noche a la mañana, cuidados conjuntos de mundos parecidos a los eslóganes publicitarios en lo tocante a la recordabilidad y la repetitividad. Eran mundos que acabarían generando imágenes y haciéndose tridimensionales. La realidad se pone en pie, anda, se agacha, se acuclilla. Menos cuando no.
No creo que exista una mejor presentación para cada tipo de escritor. Por eso, el lector de este libro (de ambos libros) no debe esperar grandes aventuras ni épicas batallas. Tampoco encontrará miserias cotidianas, hermosas historias de superación personal o idilios entre vampiros y hombres lobo. Qué le vamos a hacer. Entonces, ¿qué podemos encontrar en este insólito libro? Veamos. La infatigable obsesión de Fernández Mallo por hallar eso que estaba ahí y que sin embargo se nos había escapado a nosotros. Las dobles lecturas. La cuadratura del círculo. La física como un poema indescifrable. Las matemáticas como una epifanía. La metafísica como un SMS. El big Bang. Ikea. Wikipedia. El acelerador de partículas. Los números transfinitos. Adidas. Coca-cola. Identidades en tránsito. Newton y Einstein. Un Kinder Sorpresa. Wittgenstein y el Tractatus Logico-Philosophicus. Caín y Abel. Iphone. Youtube. Google Maps. Espejos deformes. Radiohead. Intertextualidad. Hipervínculos. Postmodernismo. Géneros fronterizos. Narración fragmentada. Desiertos americanos. La emotividad y el desamparo de la realidad. La otra realidad. El otro yo. Y una buena dosis de humor, ironía y descaro. 
Leyendo Los sinsabores del verdadero policía nos encontramos de nuevo con temas recurrentes en la obra de Bolaño. ¿Y cuáles son esos temas? Son estos: La salvación por el Arte, y la masacre insensata y circular de la Historia, y los combates mínimos pero interminables de la Segunda Guerra Mundial, y las desviaciones y derivaciones del nazismo, y la culpabilidad heredada de los jóvenes que no murieron a manos de los dictadores latinoamericanos de los sesenta y setenta, y el significado verdadero del ser latinoamericano, y los sueños, o las pesadillas, funcionando como premoniciones del porvenir o advertencias del pasado, siempre doloroso, siempre a la deriva, y la muerte acechando detrás de cada acto heroico o cotidiano, detrás de cada gesto, detrás de cada poema, y el papel del poeta en un mundo desahuciado, y la literatura, la lectura y la escritura, como últimas imágenes, entre lo cómico y lo monstruoso, antes del eclipse, antes de la catástrofe, lo único que se mantiene en pie después del derrumbe.