lunes, 12 de septiembre de 2011

La vida exagerada de Ricardo Piglia

La vida exagerada de Ricardo Piglia
¿Tiene sentido hablar de literatura cuando el mundo tal y como lo conocemos parece a punto de acabarse? ¿Es cierto que el mundo está cambiando? ¿Pueden, podemos, las personas que vivimos en él convertir los sueños en realidad? ¿Qué tipo de sueños estamos pensando para todos y cuántos somos en realidad? ¿Quiénes somos? ¿Qué queremos? ¿Por qué estamos aquí, allí, donde sea que estemos, y cuál es la finalidad de todo esto? ¿Acaso importa? ¿Es que no es suficiente con reunirnos, levantarnos y pensar antes de que sea demasiado tarde? ¿Puede una hormiga detener a un elefante y preguntarle por qué camina y hacia dónde? ¿Qué es lo que tanto temen los políticos, lamentan los periódicos y anuncian los ciudadanos? ¿Qué es lo que estás esperando tú de todo este asunto?

La literatura permite pensar lo que existe pero también lo que se anuncia y todavía no es.

Un momento. ¿No se trata de eso? ¿Es que no se trata de eso? ¿Saber una realidad y cuestionarla y anticiparla y transformarla? ¿Mirar lo que se ve y ver lo que se mira? ¿Escuchar, participar, reaccionar? ¿Dirimir, combatir, resistir? ¿Creer, crecer,  comprender?

La crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas. ¿No es a la inversa del Quijote? El crítico es aquel que encuentra su vida en el interior de los textos que lee.

La verdad, no creo que sea necesario hablar demasiado del último libro de Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1940). Acaba de ganar un premio importante, un Premio con mayúsculas. ¿Cuál? Qué importa. Para mí no es el mejor libro de Piglia. ¿Cómo podría estar a la altura de Respiración artificial? La especialidad de Piglia, no obstante, es otra cosa. Las arenas movedizas. Los cambios de sentido. El terreno de nadie. El espacio y el lugar donde la literatura y el infinito abanico de posibilidades que nos depara se juntan, se confabulan y estallan. Como en El último lector. Como en Crítica y ficción. Como en Prisión perpetua. Pero es que tampoco se trata de eso.

Todo el pueblo colaboraba en ajustar y mejorar las versiones. Habían cambiado los motivos y el punto de vista, pero no el personaje; tampoco habían cambiado los acontecimientos, sólo el modo de mirarlos. No había hechos nuevos, sólo otras interpretaciones.

Piglia, a lo largo de su dilatada y cuidada obra, parece haberlo comprendido todo. La literatura es el lugar idóneo para iniciar el movimiento. La lectura. La escritura. La revolución. Qué importa. La literatura es el principio, acaso también el fin.

Dos más dos, cinco, pensaba, pero nadie lo sabe. Y tenía razón. (…) Era una historia verdaderamente extraña, con aristas variadas y versiones múltiples. Igual que todas…

Hagamos un pequeño repaso a la literatura argentina antes de mudarnos de casa y vender la piel del oso. Veamos. Primero que nadie está Borges. Borges adoraba a Hernández, pero Hernández resulta un tanto patético en su letanía prosódica. Borges tenía dos maestros: Macedonio Fernández, mago del disfraz y del aforismo; y Roberto Artl, enemigo del dogma y de la cordura. Borges también tuvo amigos. Un tal Adolfo Bioy Casares, experto en la incertidumbre y la sorpresa; y un tal Juan Filloy, insaciable escritor de folletines. Julio Cortázar era más joven que ellos y quizá por ello renegó de su herencia y de su patria. Nadie es profeta en su tierra, me diréis. Error. Porque entonces surgió Sábato. Un largo lamento por la muerte de Ernesto. El siglo se nos venía encima cuando apareció Manuel Puig y nos envolvió en su tela de araña. El camino estaba marcado para Fogwill, adalid del exabrupto; César Aria, dueño del sarcasmo; y Ricardo Piglia, artífice de lo imposible. Ahora bien: ¿Y quiénes encauzan hoy por hoy el caudal del Río de la Plata? Veamos. Un torrente desbocado: Rodrigo Fresán. Un hombre atiborrado de fluoxetina: Andrés Neuman. Y un joven iluminado: Patricio Pron. La verdad, no hay de qué preocuparse. Todos juntos: No llores por mí Argentina.

Descubrir es ver de otro modo lo que nadie ha percibido. (…) Las consecuencias son más importantes que las causas. (…) No hay contingencia ni azar, hay riesgos y hay conspiraciones. La suerte es manejada desde las sombras: antes atribuíamos las desgracias a la ira de los dioses, luego a la fatalidad del destino, pero ahora sabemos que en realidad se trata de conspiraciones y manejos ocultos.  

Si quieres cambiar el mundo, adelante. Movilízate, levanta la mano, duerme sobre unos cartones en la plaza del ayuntamiento. Escribe pancartas, reparte comida, presta ayuda  a los más desfavorecidos. Acude a las asambleas, opina, apoya, propón tus ideas, enseña tus tatuajes. ¿Y después? Bueno, verás. Alguien tendrá que escribir acerca de todo lo que está pasando y alguien, es indispensable, tendrá que leerlo. ¿Quién? ¿Dónde? ¿Cómo? Si quieres cambiar el mundo, adelante. Pero antes y después tendrás que leer. Y llegado ese momento, si además te gusta la literatura, ¡ah, amigo! Entonces, créeme, entonces te gustarán los libros que ha parido Argentina, y por extensión te gustará Ricardo Piglia.

Lo acusaban de ser irreal, de no tener los pies en la tierra. Pero había estado pensando, lo imaginario no era lo irreal. Lo imaginario era lo posible, lo que todavía no es, y en esa proyección al futuro estaba, al mismo tiempo, lo que existe y lo que no existe. Esos dos polos se intercambian continuamente. Y lo imaginario es ese intercambio.

Seamos realistas, pidamos lo imposible. El mundo, el Mundo, está en nuestras manos. ¿Qué diablos vamos a hacer con él? Por lo pronto, cogerlo en volandas y ayudarlo para que no se vuelva a caer. Entretanto, que alguien sostenga los libros porque, dicen, lo llaman democracia y no lo es. Todos juntos:




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