lunes, 12 de septiembre de 2011

La verdad sobre el caso Mendoza

La verdad sobre el caso Mendoza

 
En una entrevista reciente, el pequeño gran hombre Fernando Arrabal aseguraba que la imaginación es la capacidad para combinar recuerdos. Me sorprendió y me gustó mucho esta definición, porque los pocos lectores que tengo o he tenido alguna vez siempre me han acusado de no tener imaginación, de escribir únicamente acerca de mis experiencias y mis recuerdos. Por este motivo, la primera pregunta que le hice a Plinio Apuleyo Mendoza (Boyacá, 1932) cuando nos conocimos fue si estaba de acuerdo con esta afirmación. Me dijo que sí. Naturalmente que sí. Y recordó la célebre idea de su amigo Mario Vargas Llosa sobre la ficción, que viene a decir que una novela es un strip-tease invertido: uno empieza desnudo y poco a poco se va vistiendo y maquillando con recuerdos, imágenes y fabulaciones.

La imaginación, por tanto, no sería otra cosa que una recreación personal, una versión en clave autobiográfica de la historia y de la realidad. Es decir, un punto de vista, una perspectiva. Un prisma fantástico y a la vez vulgar. O mejor, una arista: una línea que resulta de la intersección de dos superficies: la ficción y la realidad; la verdad y la mentira; la lectura y la escritura; la noche y el día; la vida y la muerte. Como la representación de la realidad colombiana de la que nos habla Mendoza en su último libro, Entre dos aguas. Como Martín, poeta y viajero, uno de los dos protagonistas de esta novela, que vive entre dos mundos, entre dos mujeres, entre dos realidades. Como Benjamín, el otro protagonista, el paradigma del buen soldado, entre el amor y la violencia salvaje, tratando de demostrar que las palabras son más poderosas que las armas, y que las buenas acciones son más efectivas que las operaciones militares. Porque la vida en Colombia es un juego a vida y muerte, y la versión oficial nunca dice toda la verdad.

La justicia en Colombia es ciega, lenta o infiltrada.
Si hay algo que caracteriza la trayectoria vital de este escritor colombiano es precisamente la búsqueda de la verdad. Periodista todoterreno y embajador de su país en Italia y Portugal, en los años 60, en París, fue director de la revista Libre, que aglutinó a los escritores del boom. García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Julio Cortázar fueron asalariados suyos, pero sobre todo fueron sus amigos. Por eso, es inevitable no preguntarle a Mendoza sobre la enemistad abierta y aparentemente irrevocable que desde hace décadas separa al autor de Cien años de soledad con el reciente ganador del Nobel. Mendoza, lacónico, se limita a lamentar esta situación y a desear que acabe de una vez. ¿Es eso posible? “Lo es. Me consta que cada uno de ellos se interesa por la salud del otro”. Sólo la cercanía de la muerte, ya que no lo ha conseguido la Academia Sueca, parece capaz de volver a unir los destinos de estos dos grandísimos escritores y sus no menos grandes egos.

El valor se aprende: La mentira gobierna el mundo.

La realidad en Colombia, en Latinoamérica, y acaso en cualquier parte del mundo, está dividida en dos planos: lo que sucede y lo que se dice que sucede. Por eso es tan interesante este libro. Por eso es tan interesante el polémico libro que escribió Mendoza con Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, Manual del perfecto idiota latinoamericano. Porque vivimos simultáneamente y sin solución de continuidad una sucesión de realidades confusas, contradictorias y muchas veces incomprensibles. Porque la imaginación es un arma de doble filo cuando se trata de saber la verdad. Porque la mayoría de las veces hubiéramos preferido no saber cómo han sucedido realmente las cosas. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar y qué es lo que haremos cuando estemos allí?

En cualquier caso, como dice Jean Leenhardt en este libro, en la vida hay que elegir. La última pregunta que tenía preparada para Mendoza era una sucesión de contrarios que no pude trasladarle porque nos interrumpió la chica de prensa. El tiempo de una entrevista siempre es demasiado corto y al entrevistado siempre le esperan en cualquier otra parte. Me hubiera gustado preguntarle a Mendoza, por ejemplo, qué prefiere, si París o Roma, Madrid o Lisboa, Los Rolling o Los Beatles, Messi o Cristiano Ronaldo, el PSOE o el PP, las rubias o las morenas, la izquierda o la derecha, Margarita o Simonetta, Uribe o Santos, Chaves o Fidel Castro, Gabo o Vargas Llosa, Coca-Cola o Pepsi, pantalones o minifalda, guerrilla o paramilitares, legalización o contrabando, Microsoft o Apple, Mc Donalds o Burger King, Disney o Píxar, carne o pescado, acción o inmovilismo, arte o mercado, verano o invierno, prosa o poesía,  Lenin o Stalin, Martín o Benjamin, realidad o ficción, verdad o mentira. Me hubiera gustado preguntarle éstas y otras muchas cosas que no pude preguntarle porque el tiempo siempre es demasiado corto y en la vida siempre hay que elegir aunque a veces, algunas veces, demasiadas veces, la única elección posible es no elegir absolutamente nada y está bien que sea así. O no.

Debo aceptar que la vida, mientras no llegue la muerte, es siempre una novela inconclusa, y tal vez lo mejor para un poeta es que este enigma subsista.

Lo mejor para un poeta es, creo yo, encontrar un amigo, un lector, y procurar no hacerle perder el tiempo. El tiempo, ¿lo he dicho ya?, el tiempo siempre es demasiado corto y a todos nos están esperando en otra parte. No me imagino de dónde habrá sacado Vargas Llosa el tiempo necesario para leer esta novela y afirmar que “concilia magníficamente la ficción literaria y la historia viva”. Pero tiene razón. El afán por buscar la verdad, la claridad expositiva, la nostalgia que transmite cada escena, todo ello convierte esta lectura en una aventura (ah, la aventura de la lectura) hermosa y conmovedora, que nos obliga a situarnos, a posicionarnos, a elegir, mientras nos arrastra de un país a otro y sin concesiones de las confesiones de un viejo poeta y amante empedernido a las cruentas versiones de la realidad colombiana. Démosle, pues, las gracias a Plinio Apuleyo Mendoza por investigar, exprimir y retratar el enigma que siempre supone estar vivos, y por no habernos hecho perder el tiempo.

¿Cuántos años le quedan por vivir y, sobre todo, dónde y cómo los vivirá?

¿Cuántos? No importa. ¿Dónde? En cualquier lugar. ¿Cómo? Por lo pronto, y eso es mucho decir, valiéndose de la imaginación para llegar a la verdad.

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