jueves, 29 de noviembre de 2012

El maestro Chaves Nogales que estaba allí

No sé en qué momento empecé a cambiar, a convertirme en una persona diferente de la que era, una persona peor. ¿Cómo puede saberse algo así? Supongo que el abuso del alcohol y de ciertas sustancias ilegales habrán sido factores decisivos. También la excesiva visualización de escenas pornográficas donde la mujer es tratada con desprecio. La visión diaria de la pobreza, las recurrentes imágenes televisivas de niños asesinados en guerras lejanas, la cercanía del desastre ambiental, ese tipo de cosas deben haber causado el efecto contrario al esperado, porque todo me resulta indiferente. Todo entra y sale de mi cuerpo sin dejar huella. Mis relaciones personales se reducen al mínimo indispensable. Me cuesta aceptar los fracasos de mi familia, la pena cíclica que nos envuelve; los éxitos y las paternidades de mis amigos no logran conmoverme, la práctica del sexo no sólo no me aporta el placer que conlleva, sino que, la mayoría de las veces, simple y llanamente me aburre. Estoy a punto de perder mi trabajo y todavía arrastro deudas de aquella época en la que todos nosotros vivimos por encima de nuestras posibilidades. Recortes, huelgas, manifestaciones. Admiro a los que protestan pero yo no lo hago porque no confío en la repercusión de las protestas. Evidentemente, soy peor persona ahora que antes, cuando tenía sueños y confiaba en las personas y me conmovía cualquier cosa que pasaba en el mundo y a mi alrededor. Pero lo verdaderamente sorprendente de todo este asunto es que, a pesar de todo, soy una persona feliz. Una persona indiferente, ensimismada y ególatra, como la mayoría de nosotros, pero una persona feliz, al fin y al cabo. ¿Por qué? Muy sencillo. Porque creo en la literatura. Porque mientras siga vivo podré seguir leyendo, podré seguir escribiendo. Y porque en la historia de la literatura existen tipos tan geniales, inteligentes y necesarios como Manuel Chaves Nogales.

Este magnífico escritor sevillano, que vivió la que fue con toda seguridad la época más turbulenta y más trágica pero también más excitante de la Historia, las primeras cuatro décadas del siglo XX, me hace feliz. Leer sus novelas me hace feliz. Leer sus crónicas me hace feliz. Leer sus nueve novelas sobre la Guerra Civil me hace feliz. Leer su viaje por Europa en avión me hace feliz. Leer los artículos que otros escritores escriben sobre él me hace feliz. Hablar de los libros de Chaves Nogales con los pocos amigos que me quedan me hace profundamente feliz. ¿Por qué? Porque todo me da igual pero en realidad todo me preocupa, mis adicciones, mi familia, mis amigos, mis relaciones sexuales, la pobreza, la guerra, el mundo y sus habitantes me preocupan porque todo ello forma parte de la literatura, todo ello es literatura o está a punto de serlo, y la literatura es lo único que me preocupa y lo único que me hace feliz.

No estoy diciendo que toda la literatura me haga feliz. Hay literatura aborrecible y condenable, e incluso no toda la obra de Chaves Nogales merece pasar a la posteridad. (La posteridad, qué absurdo y maravilloso lugar). Chaves Nogales fue un hombre de su tiempo, adelantado a su tiempo, es cierto, pero irremisiblemente anclado en él. Nadie como él, en aquel entonces, supo ver qué estaba pasando en España durante la Guerra Civil y qué es lo que iba a venir después. Hizo lo mismo con la Revolución Rusa y con la rendición de Francia a los nazis. Pero también se equivocó en sus perfiles de lo que era Europa y de lo que debería ser, lo cual, dicho sea de paso, no le envilece sino que le hace más grande. Chaves Nogales era un hombre de ideas, de posturas, de pensamiento y de acción. Era una personalidad única y tenía un talento inesperado para observar la realidad y también para equivocarse. Pero era y es, por encima de todo eso, un magnífico escritor. Y yo le admiro y le quiero por eso. Me hace feliz. Me hace más inteligente, más perspicaz y me hace mejor persona porque me ayuda a seguir vivo y a repensar la historia y la vida y mi estúpida realidad. Consigue que piense que no todo está perdido y que tenemos que seguir luchando y seguir escribiendo y seguir peleando por lo que sea que queramos pelear siempre y cuando lo hagamos desde la inteligencia, la observancia y el talento. Qué importa todo lo demás si al menos sabemos que por mucho que hagan y destruyan no nos pueden engañar, ya no, porque siempre habrá tipos como Chaves Nogales que digan la verdad, o digan algo tan parecido a la verdad que hagan que todo lo demás resulte una impostura cuando no una mera burla. Y saberlo no nos hará mejores personas, porque la inteligencia no es un factor de virtud, pero nos hará personas diferentes y con eso basta. Ni mejores ni peores. Simplemente diferentes.  

Echo de menos a esas personas obsesionadas con la verdad y con la literatura y con la escritura. Echo de menos a Chaves Nogales, aunque gracias a Trapiello y a otras personas lo hayamos recuperado trozo a trozo, libro a libro. Echo de menos a mis amigos. Echo de menos a la persona que fui y que ya no soy. Aunque, tal vez, después de todo, tampoco sea tan malo ser quien soy. Porque como dice Queveco Chao, la vida da asco y todo me importa un carajo. Y si no sabes quién es Queveco Chao deberías leer más. Todos deberíamos leer más, y follar más y amar más y protestar más y beber más, como si lo fueran a prohibir, porque tarde o temprano lo harán. Y entonces sí que se va armar una buena.

Idos preparando.