lunes, 12 de septiembre de 2011

Cinco horas con Houellebecq

Cinco horas con Houellebecq


Lo reconozco: Houellebecq me pone cachondo. Desde luego, una afirmación así sólo es defendible en el caso de un escritor sicalíptico como es él. Por razones que no vienen al caso, es cierto, cada vez siento menos deseo hacia su literatura. ¿Será porque está envejeciendo? Puede ser. ¿Será porque yo estoy envejeciendo? Sí, lo más probable es que sea así. Me lo dijo (y lo repitió hasta la saciedad) un buen amigo a propósito de la vida que viene y que va. Dijo: Estamos mayores. Pero entonces yo no lo creí. ¿Y ahora? ¿Lo creo ahora?

Michel Houellebecq (1958) es un escritor que no deja indiferente. Al enfrentarse a él sólo quedan dos opciones: odiarlo con todas tus fuerzas; o amarlo incondicionalmente. Por supuesto, él mismo es consciente de ello y hace serios esfuerzos para que siga siendo así. ¿Por qué sino se presta a editar una recopilación de sus artículos publicados en los últimos 20 años donde demuestra su carácter polémico y perturbado(r)? Una posible respuesta: Porque este libro es, al mismo tiempo, una detallada explicación de su cosmovisión y clara muestra de su pensamiento. Otra: Porque la procacidad de su narrativa necesita una base teórica. Una más: Porque quiere seducirnos, conmovernos, convencernos, para luego destruirnos. 

Me gustaría anunciar buenas nuevas, pronunciar palabras de consuelo; pero no puedo hacerlo. Sólo puedo observar cómo se abre el abismo entre nuestros pasos y nuestras actitudes.

Es una fatalidad, pero es incuestionable: Leer a Houellebecq te hace peor persona. Sus posiciones son enérgicas, bien fundadas y necesarias, pero son catastróficas. El mundo, su mundo, es una pocilga. Más que un provocador, que actúa como una bomba y sólo pretende sembrar el caos, Houellebecq es un arma química: sus efectos se adhieren a la piel y perduran en el cerebro durante años. Hasta que caemos rendidos a la evidencia.

La literatura puede con todo, se adapta a todo, escarba en la basura, lame las heridas de la infelicidad.
No temáis a la felicidad: No existe.


La infelicidad como motor de la escritura. La infelicidad como origen y causa del sentir contemporáneo. La infelicidad como único sustento alimenticio. Y la literatura como bálsamo o antídoto. Defender esta postura es incómodo. Houellebecq, desde sus orígenes, antes de convertirse en novelista, se propuso decir lo que nadie quería escuchar. Lo hizo en sus ensayos y en sus poesías (no en vano, uno de sus libros se llama precisamente La búsqueda de la felicidad), y después lo repitió en sus novelas. Por lo menos, entonces, nunca nos ha mentido.

Mi obra se construye sobre la intuición de que el universo se basa en la separación, el sufrimiento y el mal. Ante eso tomé la decisión de describir este estado de cosas y, quizá, de superarlo.

Es cierto. No hay que ser tan dramático, Michel. En algún lugar existe la posibilidad de superar el sufrimiento, el fracaso, el dolor. Existen la esperanza, las buenas acciones, el horizonte luminoso. Existe La posibilidad de una isla. Existen la redención y el éxtasis. Existe el amor. Plataforma, sin ir más lejos, y entre otras muchas cosas, es una intensa, dolorosa y magnífica historia de amor.

Que quede claro: la vida, tal cual, no es mala. Hemos realizado algunos de nuestros sueños. Podemos volar, podemos respirar bajo el agua, hemos inventado aparatos electrodomésticos y el ordenador. El problema empieza con el cuerpo humano.

Tal vez hayamos exagerado un poco. Leer a Houellebecq es una experiencia múltiple, a veces agradable y muy divertida, otras, por supuesto, funesta. Pero siempre inteligente. Houellebecq es un pensador lúcido, un intelectual concienzudo y postmoderno, un hombre consecuente que piensa lo que piensa, lo somete a juicio, lo analiza y lo compara con las opiniones de otros pensadores (sobre todo con Nietzsche y Schopenhauer) y, finalmente, emite un veredicto de raigambre psicológica, sociológica e histórica. 

Mientras insistamos en una visión mecanicista e individualista del mundo, seguiremos muriendo. No me parece sensato empeñarse durante más tiempo en el sufrimiento y en el mal. Hace cinco siglos que la idea del yo domina el mundo; ya es hora de tomar otro camino.

¿Y en cuanto a la narrativa? ¿Es Houellebecq un buen escritor? Una buena amiga está empeñada en que no lo es. A mí, desde luego, me lo parece. Como narrador, es cierto, a veces se comporta como un tramposo; a menudo, como un mago; siempre como un boxeador. Su literatura se construye sobre planos superpuestos, entre lo cotidiano y lo grotesco, sobre imágenes fatídicas y deslumbrantes, sobre emociones presentes y miedos futuros. Sus personajes nos atraen y nos repulsan. Sus destinos nos sobrecogen. Sus ansias y sus deseos nos subyugan, nos excitan y al final nos deprimen. Nos obligan a pensar en ellos y en nosotros mismos. Nos obligan a cuestionar todo lo que nos rodea. ¿Qué más se puede pedir a un buen escritor?

Cuando cae la luz del día, cuando los objetos pierden sus colores y sus contornos y se funden lentamente en un gris que poco a poco se vuelve más oscuro, el hombre se siente solo en el mundo. Esto es verdad desde sus primeros días sobre la tierra, desde antes de que fuera hombre; es mucho más antiguo que el lenguaje.

Pero nunca, nunca, hay que superar esa fina barrera que separa al escritor de su escritura, a la persona de su personaje. Hace unos años Houellebecq visitó Madrid para dar una conferencia. Estuve casi una hora haciendo cola para entrar. Le vi. Menudo, encorvado, impertérrito. Empezó a hablar de sus influencias literarias. Estuvo varios minutos intentando recordar si los libros de una colección antigua que leyó siendo niño eran verdes o amarillos, si pertenecían a su tío o a su abuelo, si estaban en una estantería o en encima de una cómoda. Me marché mucho antes de que terminara la charla.

Nos hemos divertido mucho, pero la fiesta ha terminado. La literatura, en cambio, continúa. Atraviesa períodos huecos, pero después resurge.

Me hubiera bastado que hubiera dicho algo así. Pero no lo dijo. ¿Por qué? Porque un escritor necesita de la escritura. Porque un escritor se explica y se comprende y se manifiesta durante el acto de escribir. Porque un escritor es todo lo que sea capaz de decir en un libro, durante esas cinco horas que pasemos con él, y eso es más que suficiente. En cuestión de semanas Anagrama publicará la última novela del francés, El mapa y el territorio. Eso es lo verdaderamente importante. ¿Y lo demás? Lo demás es silencio.

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