domingo, 19 de enero de 2014

13 (o más) cosas que aprendí (leyendo) en el año 2013



1.

Que hablar de literatura equivale demasiadas veces a caer en tópicos remilgados, no digamos ya escribir sobre literatura, y más difícil todavía tratar de hacer entrevistas originales a los escritores, y que sin embargo muchos de esos tópicos son inequívocamente ciertos, como aquél que dice que la primera novela de un gran escritor contiene de manera primigenia los elementos que ese autor expandirá y dotará de sentido a lo largo de su obra, siempre y cuando se convierta en un gran escritor, como lo demuestran las cuatro primeras novelas que hemos redescubierto este pasado año de David Foster Wallace, La escoba del sistema (Pálido fuego), de Georges Perec, Il condotiero (Anagrama), de Don DeLillo, Americana (Seix Barral), y de Orhan Pamuk, Cevdet Bey e hijos, (Mondadori), tres de ellas inéditas hasta ahora en castellano, en el caso de Il condotiero de Perec por la sencilla razón de que no se conocía esa primera obra suya, lo que de manera lógica me lleva a pensar que ese hallazgo es consustancial a las características del resto de su obra, pero que del mismo modo podía no tratarse en realidad de una obra verdaderamente suya.

2.

Que los grandes grupos editoriales son insaciables y acabarán convirtiéndose en un solo gran grupo, a lo sumo dos, enfrentándose sin enfrentarse realmente, como en 1984, o enfrentándose indirectamente en campos de batalla alejados de sus fronteras, como en la Guerra Fría, como lo demuestra la incorporación de la editorial independiente Tusquets al grupo Planeta y la fusión de Random House Mondadori y Penguin bajo un nuevo nombre, Penguin Random House Grupo Editorial, y que las fronteras de eso que se llamó literatura nacional son difusas o directamente no existen como lo evidencia la ampliación a los libros publicados fuera del Reino Unido que las editoriales también podrán presentar como candidatos al Premio Booker, el más importante en lengua inglesa y hasta ahora reservado a los autores de la Commonwealth o de la República de Irlanda, una ampliación del campo de batalla que desencadenará previsibles uniones de editoriales de ambos continentes bajo un solo imperio de libros repetitivos, ventas masivas, giras multitudinarias y millones de euros en publicidad.

3. 

Que las editoriales independientes, tanto las consolidadas como Anagrama, Acantilado y Lengua de Trapo, las de corto recorrido pero ya con un prestigioso catálogo, como Salto de página, Páginas de Espuma, Rey Lear y las 6 editoriales agrupadas en el grupo Contexto (Libros del Asteroide, Impedimenta, Periférica, Sexto Piso, Nórdica Libros y Global Rhythm), y también las de reciente creación como Pálido Fuego, Alpha Decay, Capitán Swing, Errata Naturae, Alfabia y Malpaso (¡esta última creada este mismo año!), son y serán las encargadas de dar a conocer a los mejores escritores (jóvenes y no tan jóvenes) de este país, a los mejores escritores latinoamericanos, y a los cientos de autores desconocidos u olvidados de la literatura universal, y que en las elecciones de esos editores valientes e independientes y en las manos de esos valientes e independientes autores descansará el prestigio, la calidad y la autenticidad de esa cosa llamada literatura, ah, y que no sabemos muy bien qué es ni para qué sirve, aunque intuyamos que alguna importancia debe de tener.

4.

Que entre las llamadas “grandes editoriales” y las llamadas “pequeñas editoriales” hay muchos equívocos, para empezar esa ingenua calificación que nada más atiende al volumen de negocio, y que la confianza que depositamos en unas y en otras no sólo depende de la calidad de sus autores sino también de la eficiencia de sus trabajadores, y que el respeto que ellas nos tienen a nosotros, los lectores, tampoco es bidireccional, puesto que normalmente las editoriales que más ejemplares venden (con la excepción significativa de Alfaguara y Galaxia Gutenberg) se permiten desoír a un lector como yo, salvaje y perdido en el desierto, a quien ni siquiera contestan los e-mails porque se pueden permitir perderlo de vista, mientras que las editoriales llamadas equívocamente pequeñas se preocupan por dar a cada lector un trato especial y respetuoso, aunque sea un lector perdido en el desierto y ciertamente salvaje, y le mandan sus libros a casa a pesar de que las tiradas que hacen son, estas sí, pequeñas, demostrando así dudas razonables sobre los voceros de los suplementos culturales de los medios de comunicación tradicionales, quienes no tienen por qué ser mejores lectores que cualquier otro ciudadano de a pie, siempre y cuando este ciudadano lea y demuestre tener criterio.

5.

Que el criterio no es una cuestión de gustos sino de estética, de compromiso y de profesionalidad, y que a pesar de la democratización de las valoraciones del lector, de la posibilidad de puntuar a diestro y siniestro los libros y la facilidad de expandir comentarios más o menos juiciosos a través de blogs, redes sociales y demás espacios virtuales, nada de eso garantiza la fiabilidad de los resultados porque aunque todos seamos libres y todos podamos elegir nuestro libro favorito del año está claro que no todos somos profesionales de la lectura, que el mayor o menor disfrute, facilidad de comprensión o capacidad de “enganchar desde la primera página” de una novela no es síntoma de excelencia y que, aunque la lectura sea primordialmente un pasatiempo, la literatura es una cosa muy seria y por lo mismo que no todos votamos las mejores operaciones a corazón abierto realizadas en el Gregorio Marañón durante el año 2013 porque carecemos de criterio para semejante análisis, no todos deberíamos creernos capaces de elegir el mejor libro del año porque, más allá de la evidencia de que ninguno de nosotros ha podido leerlos todos, la realidad es que el 99% de nosotros no tenemos si quiera el criterio para decidir si un libro es realmente bueno, importante y necesario, aunque a miles de personas El extraño caso de Harry Quebert (Alfaguara) les haya hecho creer que todos somos lectores inteligentes y que todos podemos llegar a ser escritores con sólo proponérnoslo.

6.

Que, dicho lo cual, ello no significa que los críticos de este país sean infalibles puesto que sus conocimientos, aun siendo en teoría superiores a los nuestros, pueden estar desfasados, encorsetados, sometidos a presiones diversas y muchas veces simplemente equivocados, porque el mérito hay que ganárselo cada día y son demasiados los críticos de este país que piensan que ya lo saben todo, que a ellos no les engaña nadie, que tú eres demasiado joven para saber de lo que hablas y que ya cambiarás de opinión, ya, cuando llegues a mi edad y compruebes desolado que sólo te apetece releer a los clásicos, ah, los clásicos.

7.

Que por motivos muy parecidos a los anteriores apenas quedan en España autores consagrados, esos que superan la cincuentena larga y que copan desde hace demasiados años los espacios de opinión en los grandes medios como testigos de un tiempo que fue suyo pero que ya no les pertenece, como Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, Enrique Vila-Matas, Arturo Pérez Reverte, Juan José Millás, Eduardo Mendoza, Almudena Grandes, Vicente Molina Foix, Elvira Lindo y Rosa Montero, como cabezas visibles de una lista interminable, digo que apenas queda alguno de esos autores a quienes los escritores jóvenes sigamos leyendo y respetando porque simple y llanamente nos aburren, y lo hacen no tanto por sus novelas, si bien es cierto que cada vez son peores, sino por sus aburridas columnas de opinión donde sus recurrencias, sus manías, sus referentes, sus obsesiones, sus ejemplaridades y sus continuas y exasperantes autocitas, cayendo con más descaro que nosotros, si eso es posible, en la autorreferencialidad y el narcisismo que nos arrojan a la cara constantemente desde esas mismas columnas, digo que esos autores consagrados y esas manías suyas han logrado que a estas alturas los veamos como autores inoperantes: no son los espejos en los que reflejarnos ni son los reyes que debemos destronar; sólo son, sólo los vemos, como caricaturas de sí mismos representando un personaje que fueron en el pasado, alguien que habla en voz alta dirigiéndose a los transeúntes que recorren la Puerta del Sol y a quien la gente mira con lástima y cierta irritación.

8.

Que entre esos autores, sin embargo, todavía quedan algunos que sí respetamos, como Juan Marsé, por sus opiniones contundentes y hasta por sus salidas de tono que nos llevan a creer en su autenticidad, como Rafael Chirbes, por la prosa cuidada, elegante y crítica que despliega en cada obra (este año en su novela En la orilla, Anagrama), o incluso Antonio Muñoz Molina (valga la contradicción) por el análisis reflexivo y concluyente que ha hecho en Todo lo que era sólido (Seix Barral), y que asimismo existen en España algunos otros escritores de generaciones posteriores, menos ennoblecidos por el peso de sus medallas y más conscientes de la necesidad de demostrar constantemente sus capacidades, en los que algunos lectores y algunos escritores todavía podemos confiar, como Eduardo Lago, (quien con su novela Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee, Malpaso, ha hecho tambalearse los cimientos de la metaficción hasta el punto de que nuestro amigo Vila-Matas ha empezado a dudar de ella...); como Isaac Rosa (aunque La habitación oscura, Seix Barral, no sea realmente “la novela de tu generación”, como prometía el cintillo); como Marta Sanz (que con Daniela Ástor y la caja negra, Anagrama, ha abierto un camino o una perspectiva diferente de acercarse a la transición); como Ricardo Menéndez Salmón (cuyos artículos y entradas de blogs representan para muchos el mejor enfoque para enfrentarse a lo literario); como Patricio Pron (quien en La vida interior de las plantas de interior, Mondadori, ha alcanzado aún mayores niveles de sutileza estilística, ironía creativa y genialidad narrativa que en sus anteriores libros); como Manuel Vilas (que con Un regalo luminoso, Alfaguara, ha dejado atrás las vacuidades de la Generación Nocilla y su propia inocuidad para adentrarse en la vacuidad del sexo y en la exploración de un yo maduro cayendo lo menos posible en la autocomplacencia y el cinismo); y hasta podemos confiar en lo que nos depararán dos autores noveles como Jesús Carrasco y Pablo Martín Sánchez, quienes han demostrado con sus primeras novelas, Intemperie (Seix Barral) y El anarquista que se llamaba como yo (Acantilado), que no todo está perdido y que el futuro no es de nadie, o en todo caso será suyo y también, por qué no, nuestro.                                                                                            


9.

Que tal vez sigue siendo cierto eso de que los españoles no valoramos a nuestros compatriotas, salvo a los deportistas, claro, cómo no, y que lo peor no es que seamos envidiosos sino indiferentes, como dijo algún gran escritor español cuyo nombre no recuerdo, y tal vez por eso los escritores extranjeros siempre se benefician de análisis más benévolos, más enfáticos y admirativos y por eso los leemos y los respetamos de manera casi incondicional, como a Emmanuel Carrère (y más después de leer su impresionante novela Limónov, Anagrama, sin duda la mejor del año... (sic)); como a J. M. Coetzee (y eso a pesar de seguir sorprendidos por la extrañeza de su novela La infancia de Jesús, Mondadori); como a Peter Handke (aunque su novela La noche del Morava, Alianza, no haya alcanzado las muchísimas expectativas que nos habíamos prefigurado); como a Zadie Smith (a quien le perdonamos que su novela Londres NW, Salamandra, se regodee en los particularismos de la multiculturalidad dialéctica y estilística); como a Mark Z. Danielewski (que no sabe la que se le habría venido encima de haber nacido en España y haberse atrevido a escribir un laberinto estilístico, posmoderno y tipográfico como La casa de hojas, Alpha Decay/Pálido fuego); como a Paul Auster (quien nos sigue "sorprendiendo" año tras año con un nuevo libro aunque no haya en él nada realmente nuevo, esta vez con Informe del interior, Anagrama, parece que por última vez en este sello, ); como a Socrates Adams (a quien podemos admirar porque su novela Todo va bien, Pálido fuego, es una novela que todos querríamos haber escrito y eso no se le puede decir a un colega que habla tu idioma a no ser que sea latinoamericano); y precisamente también admiramos y respetamos a decenas de escritores latinoamericanos que son evidentemente extranjeros, aunque compartamos una lengua semejante, que no igual, como a Ricardo Piglia por El camino de ida (Anagrama), a Guillermo Cabrera Infante por Mapa dibujado por un espía (Galaxia Gutenberg), a Yuri Herrera por La transmigración de los cuerpos (Periférica), a Rodrigo Rey Rosa por Imitación de Guatemala, (Alfaguara) a Álvaro Enrigue, por Muerte Súbita, (Anagrama, Premio Herralde 2013), a Guadalupe Nettel por El matrimonio de los peces rojos, (Páginas de espuma), a Junot Díaz por Así es como la pierdes, (Mondadori) y, por supuesto, a Patricio Pron.

10.

Que las escritoras están de moda y la paridad está cada vez más cerca, al menos en lo referente a la obtención de premios literarios importantes y su incorporación en antologías de nueva narrativa, pero que ni siquiera esas mismas escritoras se ponen de acuerdo a la hora de definir la literatura, de defenderla y de reivindicarla, y que hablar de literatura femenina y de literatura de mujeres es como destapar la caja de Pandora puesto que sigue siendo un tema delicado, lleno de equívocos, que da pie a comentarios machistas, insultantes o despectivos sin previo análisis, y que hablar de eso, de escritoras, sin caer en alguno de esos tópicos que nos persiguen es complicado, porque la calidad de una obra no depende del género del autor, porque las escritoras que escriben sobre mujeres no tienen por qué estar hablando únicamente de eso que llamamos de manera reduccionista el universo femenino, porque hablar de las diferencias entre la literatura escrita por hombres y la escrita por mujeres puede ser beneficioso para dar visibilidad al debate pero también puede retrasar el momento en que esas diferencias dejen de hacerse, y porque muchas mujeres escriben literatura a secas, sin apellidos, de altos vuelos y con vocación universal, como la Premio Nobel Alice Munro y la Premio Cervantes Elena Poniatowska, o como las españolas Rosa Regàs (ganadora del Premio Biblioteca Breve con Música de cámara, Seix Barral), Clara Usón (ganadora del Premio Nacional de la Crítica por su novela La Hija del Este, Seix Barral), y Laura Freixas, cuya obra Una vida subterránea, Diario 1991 -1994, Errata Naturae, entronca con la mejor tradición diarista), pero que también, e indudablemente, hay mujeres que escriben libros que a duras penas pueden calificarse como literarios aunque se vendan muy bien, que hay mujeres que escriben libros sólo para mujeres y que eso no es indigno si se hace con dignidad, y que hay muchas mujeres que directamente escriben libros malos, opinión calificada al momento de machista, sin caer en que ese simplismo es igual o más machista, por lo que normalmente se eluden esos comentarios en público, fomentando así esas diferencias de juicio, hasta el punto de que uno mismo (a pesar de tenerme por un lector salvaje al que no le incomoda lo más mínimo nombrar escritores que no merecen la más mínima admiración y ni siquiera el insigne nombre de escritores, ah) en demasiadas ocasiones no se atreve a decir que una escritora no merece tal dignidad por miedo a ser tachado de misógino, cuando lo único que podría ser es, como Jep Gambardella, el protagonista de La Gran Belleza, sin duda la mejor película del año (ahí va otra gran contradicción), un genial misántropo.  

11.

Que por razones semejantes uno siempre está a tiempo de dejar a un lado sus prejuicios y atreverse a desmontar sus propios argumentos porque a) es cierto que no he leído ni la mitad de libros escritos por mujeres que por hombres; porque b) es cierto que apenas leo poesía cuando hay en España buenos poetas que escriben y hablan de cosas que todos deberíamos leer, como Antonio Orihuela, Enrique Falcón, Jorge Reichmann y Ariadna G. García, pero que tal vez la poesía no es el mejor medio para dar a conocer esas ideas, y que por eso los poetas de renombre, como Luis García Montero o Felipe Benítez Reyes optan por darse a conocer por otros medios, y por eso entre los poetas que protestan y viven la protesta y los poetas que dicen que protestan existe un enfrentamiento abierto y no sólo dialéctico; porque c) es cierto que nunca voy al teatro y no me avergüenza reconocerlo; porque d) es cierto que consideraba la novela negra de menor empaque que la literatura introspectiva y de vanguardia y sólo este año me he atrevido a desdecirme volviendo a leer a Dashiel Hammet, a Raymond Chandler y a Patricia Highsmith, y al mismo tiempo me he adentrado en novelas que se valen de la interminable moda de lo noir para hacer con ello cualquier cosa, como Juan Soto Ivars en Ajedrez para un detective novato (Algaida, Premio Joven Ateneo de Sevilla), como Jorge Martínez Reverte en Gálvez entre los leones, (RBA) y como Fernando Cámara en Con todo el odio de nuestro corazón (Rey Lear, Premio Fernando García Pavón de Novela), lo que no es óbice para añadir que las modas tienen el inconveniente de sacar a la luz centenares de obras buenas, regulares y malísimas, pero lo cierto es que un porcentaje elevadísimo de todo lo que se publica hoy, que es muchísimo, es realmente mediocre, y que en este punto coinciden numerosos autores, muchos libreros y demasiados editores; y porque e) uno se cree que ha leído mucho o al menos lo suficiente pero gracias a Dios siempre hay editores que todavía nos descubren libros que desconocíamos o habíamos olvidado, como han hecho en Capitán Swing con Ciego de nieve, de Robber Sabbag, en Libros del Asteroide con Diario de una dama de provincias, de E. M. Delafield, con Un paraíso inalcanzable, de John Mortimer, y con El complot mongol de Rafael Bernal, en Impedimenta con los relatos inéditos de Stanislaw Lem recogidos en Máscara, en Periférica con Especulación de Thomas Wolfe, en La bestia equilátera con Esto no es una novela, de David Markson y Desayuno de campeones de Kurt Vonnegut, en Alfabia con las Crónicas de Nueva York, de Maeve Brennan y el nuevo libro de George Saunders, Diez de diciembre, en Acantilado con la reedición de El Leviatán, de Joseph Roth, y hasta en Mondadori con El padre, las novelas de Patrick Melrose, de Edward St. Aubyn.

12. 

Que, basándonos en los prólogos y en las lecturas de los relatos de las dos antologías de autores nacidos a partir del año 1980 que han publicado Lengua de trapoNueva temporada, y Salto de página, Bajo 30, los jóvenes escritores no pertenecen a una generación definida ni definible, que no han tenido las facilidades editoriales de otros tiempos (¿ah, no?), que la publicidad no les tiene en cuenta, y que no están todos los que son pero son todos los que están, algo siempre discutible, pero sobre todo y más importante, que no todos lo que están son en realidad buenos escritores (sigo sin comprender la admiración que profesa el "mundillo", la prensa cultural y hasta el incombustible Vargas Llosa a los cuentos insustanciales de Matías Candeira) ya que muchos de sus textos no muestran los mínimos exigibles para ser tenidos en consideración; por lo mismo, de otras lecturas y otras experiencias se deduce que los jóvenes escritores de nuestra generación no irrumpen en la escena literaria sino que piden becas, lo que equivale a decir que siempre sonríen y que siempre dan las gracias, como dijo Bolaño, pero sobre todo y más importante, siempre más importante y siempre Bolaño, que no morderán nunca la mano que les da de comer; que en las fiestas literarias nadie habla de literatura; que los premios no siempre recaen en los mejores y por ello aparentamos que no nos importa no haberlos recibido aunque en el fondo de nuestro corazón sintamos que no se ha hecho justicia; que las sustancias ilegales consumidas al alimón emparejan y ensalzan la fraternidad al caer la noche pero azuzan el rencor y el desprecio cuando arrecia la resaca; que ningún escritor joven tiene un gran agente literario pero todos tienen en la agenda de su teléfono móvil el número de 4 ó 5 camellos; que va a ser muy complicado encontrar a uno solo de todos esos jóvenes que nos rodean que se convierta en un pequeño mito, aunque a la larga ese mito devenga en parodia, como en su día lo fueron José Ángel Mañas, Ray Loriga, Alberto Olmos o el mismísimo Agustín Fernández Mallo, y que el único que se esfuerza y hace méritos para lograrlo es, como no podría ser de otro modo, el tirano SotoIvars; que los jóvenes escritores no escriben tanto como dicen ni leen tanto como deberían, o mejor dicho, que no leen ni la mitad de lo que presumen ni escribirán jamás una décima parte de lo que amenazan; que sigue siendo muy útil hacerse amigo de otros escritores y mostrarles respeto y admiración para que te acepten en su grupo, grupito, o grupúsculo, porque nadie quiere estar solo en esta lucha inútil y desesperada que es la literatura, ah; y que, tristemente, en las presentaciones de libros el célebre presentador, escritor amigo y siempre admirado, habla demasiado de sí mismo y no tiene reparos en valerse de todos esos tópicos remilgados que todos conocemos y uno nunca sabe si lo está haciendo a propósito para no saltarse el código de buena conducta o es que nadie tiene nada interesante que decir sobre literatura porque todos somos idiotas y además ni él ni ninguno de los allí presentes ha tenido tiempo de leer el libro del escritor en cuestión, quien es, a pesar de todo, un gran escritor, de eso no hay duda, y por supuesto mejor persona.

y 13. 

Que los movimientos literarios ya no tienen sentido en estas latitudes, y que los que han sido en los últimos años, si puede llamárseles así, han muerto o tienden a repetirse, como la Generación Nocilla que de tanto presumir de sí misma llegó a avergonzarse, como el Nuevo Drama, cuyo drama es en verdad muy antiguo y lo único nuevo tal vez sea el exceso de arrogancia y la carencia de honestidad, o como el Movimiento plagiarista, una permutación incontenible que se esfuerza por demostrar que no, que el plagiarismo no es lo que pensamos y que el plagiarismo nunca ha muerto porque siempre ha estado ahí, acechando, mirándonos dormir, y aunque siempre se repite también es cierto que siempre logra sorprendernos; que existe en un pequeño rincón del mundo un libro llamado Doce cuentos del sur de Asia, compilado por Virginie Ooy, dispuesto a recorrer el mundo con un foco deslumbrante, y que ese libro y ese foco alumbrarán a muchos que ahora están escondidos o fueron perseguidos, a algunos que están ciegos y a otros muchos que son invisibles y ya nunca lo serán; que el plagiarismo es la única corriente literaria que nunca ha dejado de tener vigencia, y que por plagiarismo se entiende, entre otras muchas cosas, que todo texto es consecuencia de uno, o cientos, que le preceden y a los que debe mitificar y parodiar a la vez, y que la originalidad no existe o consiste no en parecerse a nadie sino en parecerse a todos, y que no existe diferencia entre vivir y leer porque las dos actividades son parte indispensable en la formación de un escritor, que el sentido del humor es una cosa muy seria y que la literatura también es, desde luego, una cosa muy seria, sí, pero una cosa muy seria que, indudablemente, no sirve para nada, que la literatura sólo sirve para la literatura, y que eso es más que suficiente para seguir escribiendo, pero sobre todo y más importante, como dijo Borges, siempre más importante y siempre Borges, para seguir leyendo. 


No hay comentarios: